La ecuación entre Estados Unidos y Cuba
Washington.- En vivo y en directo desde Cuba, la voz de Miriam Leiva, fundadora del grupo Damas de Blanco, se escuchaba en una de las salas del Capitolio. “El embargo y las restricciones de viaje y envío de dinero, han sido el argumento perfecto para que el gobierno cubano justifique todo lo que está mal. Que se abran las puertas, que una persona venga, entre, hable, producirá cambios”, decía firme y decidida, mientras cerca de 11 legisladores de la Cámara Baja y una sala repleta de periodistas la escuchaban con atención.
Miriam tiene razones para hablar. No sólo ha vivido la falta de libertad de opinión, prensa y reunión por parte del gobierno cubano, sino también el dolor de haber tenido preso a su marido, Oscar Espinosa, a raíz de su disidencia política. Las caras de congresistas como el demócrata Bill Delahunt o el republicano Jeff Flakes, parecían asentir a las palabras de esta cubana. Sin embargo, cuando se tocó el tema de la finalización del embargo, el ambiente ya no fue el mismo.
“Nosotros apoyamos la eliminación de las restricciones para viajar que tienen los estadounidenses. El embargo es otro tema, el camino hacia allá es muy largo”, decía Delahunt. La misma posición parece primar en el Senado, aunque legisladores como Christopher Dodd han ido un poco más allá al decir que “el momento para iniciar un diálogo real con Cuba está llegando”.
Las declaraciones y movimientos para una mayor apertura hacia la isla han acaparado el ambiente político y público en la capital del país durante las últimas semanas. Primero con el anuncio en la Cámara Alta del proyecto S 428, que permitiría el viaje de todo estadounidense a Cuba; luego con la presentación de una propuesta homóloga en la Cámara Baja, HR 874, y finalmente con el anuncio del Presidente Barack Obama de levantar las restricciones a los viajes de familiares de cubanos y envíos de remesas a la isla.
Sin embargo, el movimiento político en torno a La Habana comenzó a gestarse con mucha anterioridad en Washington. Entidades sin fines de lucro como Human Rights Watch iniciaron un trabajo de diálogo en el Congreso desde diciembre de 2008. De hecho, en un memo enviado al equipo de transición de Obama y a miembros del Capitolio y la Casa Blanca, esta organización especificó que “por cerca de cuarto décadas la política de embargo ha probado ser costosa y equivocada”.
“Ha llegado el tiempo para realizar una evaluación cuidadosa del embargo. La administración debería convocar a una comisión bipartidista para estudiar por qué la política de Estados Unidos ha fallado en traer cambio a Cuba y delinear recomendaciones para un acercamiento más efectivo. Estas conclusiones deberían dar las bases para crear una estrategia multilateral que pueda aplicar una presión más enfocada hacia la isla”.
Por otra parte, la oficina del republicano de más alto rango en el comité de relaciones exteriores del Senado, Richard Lugar, envió a su asesor en América Latina, Carl Meacham, a La Habana en enero de 2009. En su reporte presentado a la Cámara Alta, Meacham especificó que impedir la cooperación con la isla en materias de mutua preocupación, como migración y control de narcotráfico, daña los intereses de seguridad nacional del gobierno de Estados Unidos.
“La política basada en sanción ha limitado significativamente la habilidad de Washington para influenciar la dirección de políticas hacia Cuba o ganar un mejor entendimiento de los eventos que están ocurriendo en la isla”, dice. El reporte menciona a su vez, que el gobierno cubano continúa teniendo problemas serios como escasez de recursos, ineficiencia y corrupción. Puntos que no limitan su funcionamiento y control. ¿Qué hay de nuevo? No hubo nada que Bill Richardson pudiera hacer para que el servicio secreto no cometiera semejante atrocidad…. Destruir los finos habanos enviados por Fidel Castro al Presidente Bill Clinton. No hubo explicación que compensara “las razones de seguridad” a pesar de que en ese momento Richardson (ex embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas y ex secretario de energía) era el emisario entre la administración Clinton y Castro. Un emisario antecedido por muchos otros.
“Cada presidente desde Kennedy a Clinton, desde principios de los sesenta hasta el siglo XXI, han explorado abiertamente y en secreto, cuáles son las áreas comunes con la isla. Estados Unidos ha tenido diálogo constante con Cuba sobre temas que los afectan a ambos, como inmigración” dice Peter Kornbluh, director del Proyecto de Documentación sobre Cuba, de los Archivos Nacionales.
De hecho, la posibilidad de levantar el embargo se ha discutido en el pasado, un punto que no ha prosperado por coyunturas específicas como la muerte de Kennedy y gestos conflictivos desplegados desde ambos lados del tablero, de acuerdo a lo investigado por este experto. Sin embargo, algo que según Kornbluh nunca ha variado es la consistencia de la posición cubana a la hora de negociar.
“En todas estas conversaciones secretas han asegurado que no transarán sobre su sistema interno, no recibirán mandatos de nadie. Ellos han estado dispuestos a discutir ciertos puntos, pero se han resistido históricamente a cualquier cosa que parezca un esfuerzo imperialista para decirles qué es lo que tienen hacer”, explica.
Las especulaciones sobre una nueva relación entre La Habana y Washington, parecen entonces, estar mucho más conectadas con lo que ocurre en Estados Unidos que en Cuba. Uno de estos factores es la transformación que ha sufrido la comunidad cubano-americana residente en Florida y su actual conexión con la Casa Blanca.
“Ha habido una madurez política, una evolución en nuestra comunidad”, dice la cubano-americana Silvia Wilhelm, directora de la entidad Puentes Cubanos y reconocida activista en temas relacionados con la isla. “Las personas que tomaron la decisión de irse (de La Habana) ya no están con nosotros. Además, las nuevas generaciones poseen diversas perspectivas con relación a la Cuba de hoy y cómo relacionarse con ella. También tenemos miles de inmigrantes que han llegado en los últimos 10 años, que dejaron familia atrás y tienen un compromiso muy serio con ellos. Todo esto ha creado una comunidad diferente”, dice.
Sin embargo, a pesar que durante su campaña, el Presidente Obama no tuvo que comprometerse con el ala dura del movimiento cubano-americano para ganar Florida, este sector aún tiene una voz fuerte en el país, no sólo a nivel retórico, sino también de conexiones con ex funcionarios de gobierno y legisladores, como el demócrata Robert Menéndez (Nueva Jersey) y el republicano Mel Martínez (Florida).
¿Y en La Habana? Otro tema además, son los cambios al interior de Cuba. Por una parte está la pregunta respecto a la disposición real del gobierno a dar la bienvenida a los gestos de Estados Unidos. Aunque las palabras de Raúl Castro, a mediados de abril, fueron alentadoras cuando indicó que está dispuesto “a discutir todo, derechos humanos, libertad de prensa y presos políticos, en igualdad de condiciones”, varios ponen en duda sus afirmaciones. “Creo que el gobierno cubano se siente más confiado que nunca en que no se necesita un cambio en la política de Estados Unidos, porque el resto de la región le está dando la bienvenida en el marco latinoamericano. La evolución de la política actual puede tomar mucho más tiempo del que se estiman”, dice Kornbluh.
La antropóloga Katrin Hansing, directora asociada del Instituto de Investigación sobre Cuba de la Universidad de Florida, quien vivió 12 años en la isla, coincide con esta visión. “No creo que el gobierno quiera un cambio. No les conviene. Lo que más les interesa es mantener el control. El embargo en todas las áreas que cubre, ha funcionado como la justificación más sofisticada para explicar cualquier problema interno. Lo usan todos los días”.
Asimismo, otra clave en esta ecuación es lo que quiere el pueblo cubano. Actualmente la isla posee cerca de 12 millones de habitantes, de los cuáles cerca del 57% son menores de 35 años, personas que crecieron en el sistema de república socialista, pero que no tuvieron que luchar por él.
Hansing, de hecho, ve la situación de los jóvenes como una “bomba de tiempo”. “No les interesa el discurso oficial, no creen en nada ni nadie. Quieren irse del país y si no pueden, tratan de buscar su mundo alternativo, perteneciendo a grupos juveniles y escapando a través de drogas y alcohol”, dice.
A la hora de hablar de transformaciones, esta analista asegura que una variable clave es la convicción general del pueblo cubano de que viven en una nación soberana y que no quieren que “los gringos” se metan en la isla, sobre todo a nivel político.
“Es muy peligroso pensar que el cambio en la isla vendrá de afuera. Ojalá que venga de Cuba mismo. Si se presenta desde el exterior con mucha presión, la dinámica entre ambos países tendrá un carácter muy negativo”, explica Hansing.
Desde dentro o afuera, lo cierto es que en Washington hay grandes expectativas en cuanto a la relación Cuba y Estados Unidos. Los avances ya han comenzado y el clima parece ser bueno, al menos a nivel público. En este momento, la mezcla perfecta parece ser habilidad política y paciencia. Una combinación necesaria, aunque explosiva, en la compleja ecuación entre ambos países.
Washington. En vivo y en directo desde Cuba, la voz de Miriam Leiva, fundadora del grupo Damas de Blanco, se escuchaba en una de las salas del Capitolio. “El embargo y las restricciones de viaje y envío de dinero, han sido el argumento perfecto para que el gobierno cubano justifique todo lo que está mal. Que se abran las puertas, que una persona venga, entre, hable, producirá cambios”, decía firme y decidida, mientras cerca de 11 legisladores de la Cámara Baja y una sala repleta de periodistas la escuchaban con atención.
Miriam tiene razones para hablar. No sólo ha vivido la falta de libertad de opinión, prensa y reunión por parte del gobierno cubano, sino también el dolor de haber tenido preso a su marido, Oscar Espinosa, a raíz de su disidencia política. Las caras de congresistas como el demócrata Bill Delahunt o el republicano Jeff Flakes, parecían asentir a las palabras de esta cubana. Sin embargo, cuando se tocó el tema de la finalización del embargo, el ambiente ya no fue el mismo.
“Nosotros apoyamos la eliminación de las restricciones para viajar que tienen los estadounidenses. El embargo es otro tema, el camino hacia allá es muy largo”, decía Delahunt. La misma posición parece primar en el Senado, aunque legisladores como Christopher Dodd han ido un poco más allá al decir que “el momento para iniciar un diálogo real con Cuba está llegando”.
Las declaraciones y movimientos para una mayor apertura hacia la isla han acaparado el ambiente político y público en la capital del país durante las últimas semanas. Primero con el anuncio en la Cámara Alta del proyecto S 428, que permitiría el viaje de todo estadounidense a Cuba; luego con la presentación de una propuesta homóloga en la Cámara Baja, HR 874, y finalmente con el anuncio del Presidente Barack Obama de levantar las restricciones a los viajes de familiares de cubanos y envíos de remesas a la isla.
Sin embargo, el movimiento político en torno a La Habana comenzó a gestarse con mucha anterioridad en Washington. Entidades sin fines de lucro como Human Rights Watch iniciaron un trabajo de diálogo en el Congreso desde diciembre de 2008. De hecho, en un memo enviado al equipo de transición de Obama y a miembros del Capitolio y la Casa Blanca, esta organización especificó que “por cerca de cuarto décadas la política de embargo ha probado ser costosa y equivocada”.
“Ha llegado el tiempo para realizar una evaluación cuidadosa del embargo. La administración debería convocar a una comisión bipartidista para estudiar por qué la política de Estados Unidos ha fallado en traer cambio a Cuba y delinear recomendaciones para un acercamiento más efectivo. Estas conclusiones deberían dar las bases para crear una estrategia multilateral que pueda aplicar una presión más enfocada hacia la isla”.
Por otra parte, la oficina del republicano de más alto rango en el comité de relaciones exteriores del Senado, Richard Lugar, envió a su asesor en América Latina, Carl Meacham, a La Habana en enero de 2009. En su reporte presentado a la Cámara Alta, Meacham especificó que impedir la cooperación con la isla en materias de mutua preocupación, como migración y control de narcotráfico, daña los intereses de seguridad nacional del gobierno de Estados Unidos.
“La política basada en sanción ha limitado significativamente la habilidad de Washington para influenciar la dirección de políticas hacia Cuba o ganar un mejor entendimiento de los eventos que están ocurriendo en la isla”, dice. El reporte menciona a su vez, que el gobierno cubano continúa teniendo problemas serios como escasez de recursos, ineficiencia y corrupción. Puntos que no limitan su funcionamiento y control. ¿Qué hay de nuevo? No hubo nada que Bill Richardson pudiera hacer para que el servicio secreto no cometiera semejante atrocidad…. Destruir los finos habanos enviados por Fidel Castro al Presidente Bill Clinton. No hubo explicación que compensara “las razones de seguridad” a pesar de que en ese momento Richardson (ex embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas y ex secretario de energía) era el emisario entre la administración Clinton y Castro. Un emisario antecedido por muchos otros.
“Cada presidente desde Kennedy a Clinton, desde principios de los sesenta hasta el siglo XXI, han explorado abiertamente y en secreto, cuáles son las áreas comunes con la isla. Estados Unidos ha tenido diálogo constante con Cuba sobre temas que los afectan a ambos, como inmigración” dice Peter Kornbluh, director del Proyecto de Documentación sobre Cuba, de los Archivos Nacionales.
De hecho, la posibilidad de levantar el embargo se ha discutido en el pasado, un punto que no ha prosperado por coyunturas específicas como la muerte de Kennedy y gestos conflictivos desplegados desde ambos lados del tablero, de acuerdo a lo investigado por este experto. Sin embargo, algo que según Kornbluh nunca ha variado es la consistencia de la posición cubana a la hora de negociar.
“En todas estas conversaciones secretas han asegurado que no transarán sobre su sistema interno, no recibirán mandatos de nadie. Ellos han estado dispuestos a discutir ciertos puntos, pero se han resistido históricamente a cualquier cosa que parezca un esfuerzo imperialista para decirles qué es lo que tienen hacer”, explica.
Las especulaciones sobre una nueva relación entre La Habana y Washington, parecen entonces, estar mucho más conectadas con lo que ocurre en Estados Unidos que en Cuba. Uno de estos factores es la transformación que ha sufrido la comunidad cubano-americana residente en Florida y su actual conexión con la Casa Blanca.
“Ha habido una madurez política, una evolución en nuestra comunidad”, dice la cubano-americana Silvia Wilhelm, directora de la entidad Puentes Cubanos y reconocida activista en temas relacionados con la isla. “Las personas que tomaron la decisión de irse (de La Habana) ya no están con nosotros. Además, las nuevas generaciones poseen diversas perspectivas con relación a la Cuba de hoy y cómo relacionarse con ella. También tenemos miles de inmigrantes que han llegado en los últimos 10 años, que dejaron familia atrás y tienen un compromiso muy serio con ellos. Todo esto ha creado una comunidad diferente”, dice.
Sin embargo, a pesar que durante su campaña, el Presidente Obama no tuvo que comprometerse con el ala dura del movimiento cubano-americano para ganar Florida, este sector aún tiene una voz fuerte en el país, no sólo a nivel retórico, sino también de conexiones con ex funcionarios de gobierno y legisladores, como el demócrata Robert Menéndez (Nueva Jersey) y el republicano Mel Martínez (Florida).
¿Y en La Habana? Otro tema además, son los cambios al interior de Cuba. Por una parte está la pregunta respecto a la disposición real del gobierno a dar la bienvenida a los gestos de Estados Unidos. Aunque las palabras de Raúl Castro, a mediados de abril, fueron alentadoras cuando indicó que está dispuesto “a discutir todo, derechos humanos, libertad de prensa y presos políticos, en igualdad de condiciones”, varios ponen en duda sus afirmaciones. “Creo que el gobierno cubano se siente más confiado que nunca en que no se necesita un cambio en la política de Estados Unidos, porque el resto de la región le está dando la bienvenida en el marco latinoamericano. La evolución de la política actual puede tomar mucho más tiempo del que se estiman”, dice Kornbluh.
La antropóloga Katrin Hansing, directora asociada del Instituto de Investigación sobre Cuba de la Universidad de Florida, quien vivió 12 años en la isla, coincide con esta visión. “No creo que el gobierno quiera un cambio. No les conviene. Lo que más les interesa es mantener el control. El embargo en todas las áreas que cubre, ha funcionado como la justificación más sofisticada para explicar cualquier problema interno. Lo usan todos los días”.
Asimismo, otra clave en esta ecuación es lo que quiere el pueblo cubano. Actualmente la isla posee cerca de 12 millones de habitantes, de los cuáles cerca del 57% son menores de 35 años, personas que crecieron en el sistema de república socialista, pero que no tuvieron que luchar por él.
Hansing, de hecho, ve la situación de los jóvenes como una “bomba de tiempo”. “No les interesa el discurso oficial, no creen en nada ni nadie. Quieren irse del país y si no pueden, tratan de buscar su mundo alternativo, perteneciendo a grupos juveniles y escapando a través de drogas y alcohol”, dice.
A la hora de hablar de transformaciones, esta analista asegura que una variable clave es la convicción general del pueblo cubano de que viven en una nación soberana y que no quieren que “los gringos” se metan en la isla, sobre todo a nivel político.
“Es muy peligroso pensar que el cambio en la isla vendrá de afuera. Ojalá que venga de Cuba mismo. Si se presenta desde el exterior con mucha presión, la dinámica entre ambos países tendrá un carácter muy negativo”, explica Hansing.
Desde dentro o afuera, lo cierto es que en Washington hay grandes expectativas en cuanto a la relación Cuba y Estados Unidos. Los avances ya han comenzado y el clima parece ser bueno, al menos a nivel público. En este momento, la mezcla perfecta parece ser habilidad política y paciencia. Una combinación necesaria, aunque explosiva, en la compleja ecuación entre ambos países.
Miriam tiene razones para hablar. No sólo ha vivido la falta de libertad de opinión, prensa y reunión por parte del gobierno cubano, sino también el dolor de haber tenido preso a su marido, Oscar Espinosa, a raíz de su disidencia política. Las caras de congresistas como el demócrata Bill Delahunt o el republicano Jeff Flakes, parecían asentir a las palabras de esta cubana. Sin embargo, cuando se tocó el tema de la finalización del embargo, el ambiente ya no fue el mismo.
“Nosotros apoyamos la eliminación de las restricciones para viajar que tienen los estadounidenses. El embargo es otro tema, el camino hacia allá es muy largo”, decía Delahunt. La misma posición parece primar en el Senado, aunque legisladores como Christopher Dodd han ido un poco más allá al decir que “el momento para iniciar un diálogo real con Cuba está llegando”.
Las declaraciones y movimientos para una mayor apertura hacia la isla han acaparado el ambiente político y público en la capital del país durante las últimas semanas. Primero con el anuncio en la Cámara Alta del proyecto S 428, que permitiría el viaje de todo estadounidense a Cuba; luego con la presentación de una propuesta homóloga en la Cámara Baja, HR 874, y finalmente con el anuncio del Presidente Barack Obama de levantar las restricciones a los viajes de familiares de cubanos y envíos de remesas a la isla.
Sin embargo, el movimiento político en torno a La Habana comenzó a gestarse con mucha anterioridad en Washington. Entidades sin fines de lucro como Human Rights Watch iniciaron un trabajo de diálogo en el Congreso desde diciembre de 2008. De hecho, en un memo enviado al equipo de transición de Obama y a miembros del Capitolio y la Casa Blanca, esta organización especificó que “por cerca de cuarto décadas la política de embargo ha probado ser costosa y equivocada”.
“Ha llegado el tiempo para realizar una evaluación cuidadosa del embargo. La administración debería convocar a una comisión bipartidista para estudiar por qué la política de Estados Unidos ha fallado en traer cambio a Cuba y delinear recomendaciones para un acercamiento más efectivo. Estas conclusiones deberían dar las bases para crear una estrategia multilateral que pueda aplicar una presión más enfocada hacia la isla”.
Por otra parte, la oficina del republicano de más alto rango en el comité de relaciones exteriores del Senado, Richard Lugar, envió a su asesor en América Latina, Carl Meacham, a La Habana en enero de 2009. En su reporte presentado a la Cámara Alta, Meacham especificó que impedir la cooperación con la isla en materias de mutua preocupación, como migración y control de narcotráfico, daña los intereses de seguridad nacional del gobierno de Estados Unidos.
“La política basada en sanción ha limitado significativamente la habilidad de Washington para influenciar la dirección de políticas hacia Cuba o ganar un mejor entendimiento de los eventos que están ocurriendo en la isla”, dice. El reporte menciona a su vez, que el gobierno cubano continúa teniendo problemas serios como escasez de recursos, ineficiencia y corrupción. Puntos que no limitan su funcionamiento y control. ¿Qué hay de nuevo? No hubo nada que Bill Richardson pudiera hacer para que el servicio secreto no cometiera semejante atrocidad…. Destruir los finos habanos enviados por Fidel Castro al Presidente Bill Clinton. No hubo explicación que compensara “las razones de seguridad” a pesar de que en ese momento Richardson (ex embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas y ex secretario de energía) era el emisario entre la administración Clinton y Castro. Un emisario antecedido por muchos otros.
“Cada presidente desde Kennedy a Clinton, desde principios de los sesenta hasta el siglo XXI, han explorado abiertamente y en secreto, cuáles son las áreas comunes con la isla. Estados Unidos ha tenido diálogo constante con Cuba sobre temas que los afectan a ambos, como inmigración” dice Peter Kornbluh, director del Proyecto de Documentación sobre Cuba, de los Archivos Nacionales.
De hecho, la posibilidad de levantar el embargo se ha discutido en el pasado, un punto que no ha prosperado por coyunturas específicas como la muerte de Kennedy y gestos conflictivos desplegados desde ambos lados del tablero, de acuerdo a lo investigado por este experto. Sin embargo, algo que según Kornbluh nunca ha variado es la consistencia de la posición cubana a la hora de negociar.
“En todas estas conversaciones secretas han asegurado que no transarán sobre su sistema interno, no recibirán mandatos de nadie. Ellos han estado dispuestos a discutir ciertos puntos, pero se han resistido históricamente a cualquier cosa que parezca un esfuerzo imperialista para decirles qué es lo que tienen hacer”, explica.
Las especulaciones sobre una nueva relación entre La Habana y Washington, parecen entonces, estar mucho más conectadas con lo que ocurre en Estados Unidos que en Cuba. Uno de estos factores es la transformación que ha sufrido la comunidad cubano-americana residente en Florida y su actual conexión con la Casa Blanca.
“Ha habido una madurez política, una evolución en nuestra comunidad”, dice la cubano-americana Silvia Wilhelm, directora de la entidad Puentes Cubanos y reconocida activista en temas relacionados con la isla. “Las personas que tomaron la decisión de irse (de La Habana) ya no están con nosotros. Además, las nuevas generaciones poseen diversas perspectivas con relación a la Cuba de hoy y cómo relacionarse con ella. También tenemos miles de inmigrantes que han llegado en los últimos 10 años, que dejaron familia atrás y tienen un compromiso muy serio con ellos. Todo esto ha creado una comunidad diferente”, dice.
Sin embargo, a pesar que durante su campaña, el Presidente Obama no tuvo que comprometerse con el ala dura del movimiento cubano-americano para ganar Florida, este sector aún tiene una voz fuerte en el país, no sólo a nivel retórico, sino también de conexiones con ex funcionarios de gobierno y legisladores, como el demócrata Robert Menéndez (Nueva Jersey) y el republicano Mel Martínez (Florida).
¿Y en La Habana? Otro tema además, son los cambios al interior de Cuba. Por una parte está la pregunta respecto a la disposición real del gobierno a dar la bienvenida a los gestos de Estados Unidos. Aunque las palabras de Raúl Castro, a mediados de abril, fueron alentadoras cuando indicó que está dispuesto “a discutir todo, derechos humanos, libertad de prensa y presos políticos, en igualdad de condiciones”, varios ponen en duda sus afirmaciones. “Creo que el gobierno cubano se siente más confiado que nunca en que no se necesita un cambio en la política de Estados Unidos, porque el resto de la región le está dando la bienvenida en el marco latinoamericano. La evolución de la política actual puede tomar mucho más tiempo del que se estiman”, dice Kornbluh.
La antropóloga Katrin Hansing, directora asociada del Instituto de Investigación sobre Cuba de la Universidad de Florida, quien vivió 12 años en la isla, coincide con esta visión. “No creo que el gobierno quiera un cambio. No les conviene. Lo que más les interesa es mantener el control. El embargo en todas las áreas que cubre, ha funcionado como la justificación más sofisticada para explicar cualquier problema interno. Lo usan todos los días”.
Asimismo, otra clave en esta ecuación es lo que quiere el pueblo cubano. Actualmente la isla posee cerca de 12 millones de habitantes, de los cuáles cerca del 57% son menores de 35 años, personas que crecieron en el sistema de república socialista, pero que no tuvieron que luchar por él.
Hansing, de hecho, ve la situación de los jóvenes como una “bomba de tiempo”. “No les interesa el discurso oficial, no creen en nada ni nadie. Quieren irse del país y si no pueden, tratan de buscar su mundo alternativo, perteneciendo a grupos juveniles y escapando a través de drogas y alcohol”, dice.
A la hora de hablar de transformaciones, esta analista asegura que una variable clave es la convicción general del pueblo cubano de que viven en una nación soberana y que no quieren que “los gringos” se metan en la isla, sobre todo a nivel político.
“Es muy peligroso pensar que el cambio en la isla vendrá de afuera. Ojalá que venga de Cuba mismo. Si se presenta desde el exterior con mucha presión, la dinámica entre ambos países tendrá un carácter muy negativo”, explica Hansing.
Desde dentro o afuera, lo cierto es que en Washington hay grandes expectativas en cuanto a la relación Cuba y Estados Unidos. Los avances ya han comenzado y el clima parece ser bueno, al menos a nivel público. En este momento, la mezcla perfecta parece ser habilidad política y paciencia. Una combinación necesaria, aunque explosiva, en la compleja ecuación entre ambos países.
Washington. En vivo y en directo desde Cuba, la voz de Miriam Leiva, fundadora del grupo Damas de Blanco, se escuchaba en una de las salas del Capitolio. “El embargo y las restricciones de viaje y envío de dinero, han sido el argumento perfecto para que el gobierno cubano justifique todo lo que está mal. Que se abran las puertas, que una persona venga, entre, hable, producirá cambios”, decía firme y decidida, mientras cerca de 11 legisladores de la Cámara Baja y una sala repleta de periodistas la escuchaban con atención.
Miriam tiene razones para hablar. No sólo ha vivido la falta de libertad de opinión, prensa y reunión por parte del gobierno cubano, sino también el dolor de haber tenido preso a su marido, Oscar Espinosa, a raíz de su disidencia política. Las caras de congresistas como el demócrata Bill Delahunt o el republicano Jeff Flakes, parecían asentir a las palabras de esta cubana. Sin embargo, cuando se tocó el tema de la finalización del embargo, el ambiente ya no fue el mismo.
“Nosotros apoyamos la eliminación de las restricciones para viajar que tienen los estadounidenses. El embargo es otro tema, el camino hacia allá es muy largo”, decía Delahunt. La misma posición parece primar en el Senado, aunque legisladores como Christopher Dodd han ido un poco más allá al decir que “el momento para iniciar un diálogo real con Cuba está llegando”.
Las declaraciones y movimientos para una mayor apertura hacia la isla han acaparado el ambiente político y público en la capital del país durante las últimas semanas. Primero con el anuncio en la Cámara Alta del proyecto S 428, que permitiría el viaje de todo estadounidense a Cuba; luego con la presentación de una propuesta homóloga en la Cámara Baja, HR 874, y finalmente con el anuncio del Presidente Barack Obama de levantar las restricciones a los viajes de familiares de cubanos y envíos de remesas a la isla.
Sin embargo, el movimiento político en torno a La Habana comenzó a gestarse con mucha anterioridad en Washington. Entidades sin fines de lucro como Human Rights Watch iniciaron un trabajo de diálogo en el Congreso desde diciembre de 2008. De hecho, en un memo enviado al equipo de transición de Obama y a miembros del Capitolio y la Casa Blanca, esta organización especificó que “por cerca de cuarto décadas la política de embargo ha probado ser costosa y equivocada”.
“Ha llegado el tiempo para realizar una evaluación cuidadosa del embargo. La administración debería convocar a una comisión bipartidista para estudiar por qué la política de Estados Unidos ha fallado en traer cambio a Cuba y delinear recomendaciones para un acercamiento más efectivo. Estas conclusiones deberían dar las bases para crear una estrategia multilateral que pueda aplicar una presión más enfocada hacia la isla”.
Por otra parte, la oficina del republicano de más alto rango en el comité de relaciones exteriores del Senado, Richard Lugar, envió a su asesor en América Latina, Carl Meacham, a La Habana en enero de 2009. En su reporte presentado a la Cámara Alta, Meacham especificó que impedir la cooperación con la isla en materias de mutua preocupación, como migración y control de narcotráfico, daña los intereses de seguridad nacional del gobierno de Estados Unidos.
“La política basada en sanción ha limitado significativamente la habilidad de Washington para influenciar la dirección de políticas hacia Cuba o ganar un mejor entendimiento de los eventos que están ocurriendo en la isla”, dice. El reporte menciona a su vez, que el gobierno cubano continúa teniendo problemas serios como escasez de recursos, ineficiencia y corrupción. Puntos que no limitan su funcionamiento y control. ¿Qué hay de nuevo? No hubo nada que Bill Richardson pudiera hacer para que el servicio secreto no cometiera semejante atrocidad…. Destruir los finos habanos enviados por Fidel Castro al Presidente Bill Clinton. No hubo explicación que compensara “las razones de seguridad” a pesar de que en ese momento Richardson (ex embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas y ex secretario de energía) era el emisario entre la administración Clinton y Castro. Un emisario antecedido por muchos otros.
“Cada presidente desde Kennedy a Clinton, desde principios de los sesenta hasta el siglo XXI, han explorado abiertamente y en secreto, cuáles son las áreas comunes con la isla. Estados Unidos ha tenido diálogo constante con Cuba sobre temas que los afectan a ambos, como inmigración” dice Peter Kornbluh, director del Proyecto de Documentación sobre Cuba, de los Archivos Nacionales.
De hecho, la posibilidad de levantar el embargo se ha discutido en el pasado, un punto que no ha prosperado por coyunturas específicas como la muerte de Kennedy y gestos conflictivos desplegados desde ambos lados del tablero, de acuerdo a lo investigado por este experto. Sin embargo, algo que según Kornbluh nunca ha variado es la consistencia de la posición cubana a la hora de negociar.
“En todas estas conversaciones secretas han asegurado que no transarán sobre su sistema interno, no recibirán mandatos de nadie. Ellos han estado dispuestos a discutir ciertos puntos, pero se han resistido históricamente a cualquier cosa que parezca un esfuerzo imperialista para decirles qué es lo que tienen hacer”, explica.
Las especulaciones sobre una nueva relación entre La Habana y Washington, parecen entonces, estar mucho más conectadas con lo que ocurre en Estados Unidos que en Cuba. Uno de estos factores es la transformación que ha sufrido la comunidad cubano-americana residente en Florida y su actual conexión con la Casa Blanca.
“Ha habido una madurez política, una evolución en nuestra comunidad”, dice la cubano-americana Silvia Wilhelm, directora de la entidad Puentes Cubanos y reconocida activista en temas relacionados con la isla. “Las personas que tomaron la decisión de irse (de La Habana) ya no están con nosotros. Además, las nuevas generaciones poseen diversas perspectivas con relación a la Cuba de hoy y cómo relacionarse con ella. También tenemos miles de inmigrantes que han llegado en los últimos 10 años, que dejaron familia atrás y tienen un compromiso muy serio con ellos. Todo esto ha creado una comunidad diferente”, dice.
Sin embargo, a pesar que durante su campaña, el Presidente Obama no tuvo que comprometerse con el ala dura del movimiento cubano-americano para ganar Florida, este sector aún tiene una voz fuerte en el país, no sólo a nivel retórico, sino también de conexiones con ex funcionarios de gobierno y legisladores, como el demócrata Robert Menéndez (Nueva Jersey) y el republicano Mel Martínez (Florida).
¿Y en La Habana? Otro tema además, son los cambios al interior de Cuba. Por una parte está la pregunta respecto a la disposición real del gobierno a dar la bienvenida a los gestos de Estados Unidos. Aunque las palabras de Raúl Castro, a mediados de abril, fueron alentadoras cuando indicó que está dispuesto “a discutir todo, derechos humanos, libertad de prensa y presos políticos, en igualdad de condiciones”, varios ponen en duda sus afirmaciones. “Creo que el gobierno cubano se siente más confiado que nunca en que no se necesita un cambio en la política de Estados Unidos, porque el resto de la región le está dando la bienvenida en el marco latinoamericano. La evolución de la política actual puede tomar mucho más tiempo del que se estiman”, dice Kornbluh.
La antropóloga Katrin Hansing, directora asociada del Instituto de Investigación sobre Cuba de la Universidad de Florida, quien vivió 12 años en la isla, coincide con esta visión. “No creo que el gobierno quiera un cambio. No les conviene. Lo que más les interesa es mantener el control. El embargo en todas las áreas que cubre, ha funcionado como la justificación más sofisticada para explicar cualquier problema interno. Lo usan todos los días”.
Asimismo, otra clave en esta ecuación es lo que quiere el pueblo cubano. Actualmente la isla posee cerca de 12 millones de habitantes, de los cuáles cerca del 57% son menores de 35 años, personas que crecieron en el sistema de república socialista, pero que no tuvieron que luchar por él.
Hansing, de hecho, ve la situación de los jóvenes como una “bomba de tiempo”. “No les interesa el discurso oficial, no creen en nada ni nadie. Quieren irse del país y si no pueden, tratan de buscar su mundo alternativo, perteneciendo a grupos juveniles y escapando a través de drogas y alcohol”, dice.
A la hora de hablar de transformaciones, esta analista asegura que una variable clave es la convicción general del pueblo cubano de que viven en una nación soberana y que no quieren que “los gringos” se metan en la isla, sobre todo a nivel político.
“Es muy peligroso pensar que el cambio en la isla vendrá de afuera. Ojalá que venga de Cuba mismo. Si se presenta desde el exterior con mucha presión, la dinámica entre ambos países tendrá un carácter muy negativo”, explica Hansing.
Desde dentro o afuera, lo cierto es que en Washington hay grandes expectativas en cuanto a la relación Cuba y Estados Unidos. Los avances ya han comenzado y el clima parece ser bueno, al menos a nivel público. En este momento, la mezcla perfecta parece ser habilidad política y paciencia. Una combinación necesaria, aunque explosiva, en la compleja ecuación entre ambos países.
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